Aunque las vacaciones son para descansar, este verano he pasado alguna tarde con amigos de la asociación con los que me gusta estar también fuera de las reuniones de Bilbao. Para mi son una oportunidad para seguir aprendiendo y un placer enseñarles lo que ya he aprendido. Dos placeres que se complementan muy bien y me hacen disfrutar especialmente de cada rato que paso con ellos. Les aprecio, y creo que ellos a mi también.

En una de las conversaciones, un amigo reciente me dijo que se moría de ganas por hacer algo que tiraba de él como tiran diez perros alaskianos de un trineo de nieve. Yo le dije tranquilamente:

 «Una de las muchas cosas que he aprendido sobre el trastorno bipolar es que cuando te mueres de ganas por hacer algo, tienes que aprender a no hacerlo». Al rato, mi amigo lo hizo.

Quizás ésta sea una de las mayores dificultades de una persona que todavía no tiene el suficiente control sobre sí misma y sus impulsos, y se siente muy vivo. Yo, aunque me siento muy vivo, no hago cosas que me moriría de ganas de hacer. Y me refiero a cosas aparentemente saludables y muy bien vistas socialmente. No las hago porque realmente no las necesito, y hacerlas podría poner en riesgo todo lo ganado. He aprendido lo suficiente para saber que con el trastorno bipolar dejar de ganar, a veces, es ganar el doble.

Mi naturaleza no es como la de los demás. Un médico puede hablar de enfermedad si quiere, yo simplemente diría que mi naturaleza condiciona mi vida de una forma diferente. Pero quizás no sea tan diferente de la de aquella persona que, sin haber pasado nunca por la consulta de un psiquiatra, cuida de sus hijos después de salir del trabajo o sale en el periódico por cualquier motivo. No hay ninguna persona en el mundo que no esté condicionada por su naturaleza. Con trastorno bipolar o sin él. En nuestro caso particular, hay determinadas cosas que yo me prohíbo hacer con placer. Aunque parezca una contradicción, puedo hacerlo porque me siento muy bien y como pez en el agua. De momento seguiré nadando mientras pueda. Y, si necesito algún día patas para reptar, ya veré cómo lo hago. Si me he reinventado una vez, puedo hacerlo más veces.