Hoy vuelvo a ver a Isabel. Ella fue mis ojos, mis manos y mis pies durante más de diez años. Yo no hubiera necesitado tanto, pero ella es así. También fue el corazón de nuestros/mis hijos Raquel y Roberto.

Dejó gran parte de su vida en nosotros, hasta hacerse daño. Un tiempo después, aprendí a ponerla delante de mí y a complacerla. Ahora me toca regalarme porque sé que su gran ilusión comenzaba a partir de ahora. Un imprevisto nos obligó a estar separados, pero estar separados no es no seguir juntos. Un cambio necesario para ella también es un cambio necesario para mí. Vuelvo a dormir bien, y vuelvo a no necesitar pastillas.

En los últimos doce años pocas veces he dormido mal por culpa del estrés. Distinguir el trastorno bipolar y mi naturaleza me resulta imposible. Al principio de nuestra relación tuvimos varios problemas y alguna vez me fui a la cama con la cabeza como una locomotora. 

Luego fui aprendiendo a quererla cada vez más, y cada vez me subía menos por las paredes. Me costó mucho tiempo aprender a evitar perder el control por cosas que ahora sé que no eran tan importantes. Últimamente sólo me he calentado la cabeza en situaciones muy límite en las que cualquiera hubiera echado humo. Sé que no soy la misma persona que antes, a veces, ni me reconozco.