Esta Navidad ha sido especial. He comido turrón y he tragado rabia. Como suele suceder en estos días entrañables, la familia se reúne al calor del hogar.

Lo llamativo es que la rabia de hace un mes, ha salido a presión un día como hoy. Menos mal que soy lo suficientemente inteligente para soltarla en un momento más adecuado, aunque no con la persona más adecuada. Al soltar mi rabia, he contagiado tristeza. De emoción a emoción y tiro porque me toca. Lo que he aprendido esta vez es que no conviene tragarse los sapos sin vomitar. Quien vomita, goza de mucha mejor salud.
Ahora me pregunto si la población que visita psicólogos y psiquiatras es sólo el sumidero de mierda de los que no lo hacen. Menos mal, porque si no, las colas serían como las del Corte Inglés en rebajas. Antes de la crisis, claro.