Mi sentido del humor muchas veces es gris oscuro, casi negro. El otro día lo saqué de paseo donde no fue bien recibido y aprendí varias lecciones. Incomodé y me di cuenta al día siguiente.

Las bromas son como los pedos. A veces sólo uno les encuentra la gracia. El tercer pedo nunca le huele bien al que no se lo tira. Así que mejor evitar soltarlo. De incomodar a alguien a hacerle daño no hay muchos pasos. He aprendido que hay lugares donde las bromas no son bienvenidas. Donde manda la formalidad hay que ser formal. Yo me llevaré mi formalidad a todas partes excepto a los lugares donde la confianza sea a prueba de mi humor. Con trastorno bipolar los límites son siempre más difíciles. Para hacer las bromas o para recibirlas. Yo nunca he sido «el gracioso» pero, a veces, soy capaz de hacer reír a carcajadas. Algunas risas me suenan como las campanillas: las carcajadas de don José o la risa de mi madre son mis favoritas. Pocas personas me hacen reír y casi siempre son las mismas personas a las que yo hago reír. Un día escribiré un libro de humor donde el tonto seré yo. Más tonto que yo conozco pocos. He tenido que leer mil libros para saber lo que otros saben casi de nacimiento. Y con mi mala memoria tengo que releer y releerme. He cometido muchos errores pero también he pagado grandes errores de terceras personas. La buena noticia es que soy tan humano como los demás. Y respecto al humor, el trastorno bipolar obliga a que los demás tengan claro qué, cuándo, cómo y cuántas veces. Grandes amigos me hicieron daño con una broma que no recibí bien. Ya les perdoné.

«Si eres gracioso o graciosa cultiva tu humor y cuídate de no herir. Si te hacen daño con el humor, no te lo guardes. Si te ríes de ti, harás reír siempre. Y el premio gordo es que te hará bien a ti. Si el humor incluye a otros puedes estar plantando explosivos en una bonita huerta.»